El chavismo se ha transformado en madurismo, como la URSS, tras la muerte prematura de Lenin, dejó el leninismo para entrar en un largo estalinismo. La música llanera, tan presente antes en la vida oficial venezolana (la música del arpa, el cuatro y las maracas, tan querida por Chávez por ser propia de su estado natal de Barinas) ha sido sustituida por la salsa, que Maduro y la Primera Combatiente bailan en televisión. Sería extraño que eso no estuviera estudiado. Los compases autóctonos han dado paso a sones que, aunque compartidos en el Caribe, tienen un origen cubano. ¿Cabe mayor simbolismo del traspaso de poder y de obediencias?
Maduro ha superado la prueba
Una vez pasó 2016 sin que pudiera celebrarse un referéndum revocatorio, los cubanos podían haber cambiado a Maduro por otro dirigente con mayor atractivo popular, sin coste político. Pero el presidente ha resultado eficiente en cumplir la misión asignada para 2017: afrontar el salto en el vacío de pasar de un régimen formalmente democrático a otro que rompe abiertamente con el orden constitucional (Asamblea Nacional paralela) y que celebra elecciones ya oficialmente fraudulentas (como declaró Smartmatic, la propia empresa que gestiona la votación electrónica, en relación a la votación de gobernadores). Si la oposición ha aceptado todo eso, ¿por qué no va a aceptar también la reelección de Maduro en 2018, con las mismas trampas?
¿Candidatura de María Gabriela Chávez?
El interés político de Maduro de acabar con él está claro. Ramírez, en su día tildado el hijo de Chávez, puede representar ante los ojos de muchos la idílica era anterior, cuando PDVSA generaba enormes divisas, la economía iba bien, no había carencia de medicinas ni de alimentos esenciales, y las masas populares sintonizaban sinceramente con el carismático líder.
El madurismo necesita terminar con la añoranza del chavismo, y nada mejor que cercenar a gran parte del llamado 4-F (el grupo de antiguos dirigentes que arroparon a Chávez al comienzo de su vida política y que han cultivado una imagen de guardianes de la esencia de la revolución). Ese sector sigue buscando una cara pública con la que intentar confrontar a Maduro en las elecciones previstas para finales de 2018. Una de las opciones consideradas es promover como candidata a María Gabriela Chávez, hija del comandante, que ha sido adjunta de Ramírez en la ONU durante los últimos años.
El clan de la droga y el del petróleo
Pero más que un sistema político, lo que hay en Venezuela es un sistema criminal, por lo que las depuraciones responden a una dinámica particular, propia de las mafias. Quien se hace dueño del país, quiere ser dueño de todo el negocio. Cuando Maduro llegó a la presidencia, se encontró con la división que había establecido Chávez, el cual supervisaba, como rey y como árbitro, dos redes: la del petróleo, cuyos beneficios ilícitos eran sobre todo para Ramírez y el clan que este había instalado en la amplia estructura de PDVSA, y la de la droga, que progresivamente había ido quedando en manos de Diosdado Cabello.
A la muerte de Chávez hubo un pacto, como explicaron los narcosobrinos en las grabaciones usadas por la Justicia de Estados Unidos para su condena. Como en ese tiempo inicial Maduro necesitaba la paz con Diosdado Cabello, quien sentía que se le había robado la presidencia y podía maniobrar en su contra, aceptó que este siguiera con el negocio de la droga, mientras él y su familia optaba por quedarse con el negocio del petróleo.
Cabello ha ido perdiendo poder (apenas logró colocar gente suya en la Asamblea Nacional Constituyente, a cuya presidencia por tanto no pudo aspirar, y ha quedado fuera del reparto de gobernadores y alcaldes). Lo lógico sería esperar que el próximo gran depurado sea él mismo, cuando Maduro toque ya con sus manos la releección o cuando esta se haya producido, reseñó ABC