Al respecto del tema de una reconstrucción general de Venezuela, hay dos posiciones extremas. Por una parte, los que consideran que una reconstrucción es imposible, dado el grado tan profundo y extenso de su presente destrucción, y por lo tanto sostienen que lo más razonable es irse cuanto antes, emigrar a donde sea y como sea, porque la tragedia nacional no hará sino agravarse sin que se le consigan orillas ni fondos. Quienes así piensan, y mucha gente piensa así, plantean que luchar contra la hegemonía, causante de la destrucción, es perder el tiempo, es una especie de quimera que sólo conduce a más frustración y sufrimiento. Por lo tanto, la respuesta natural es la emigración o una resignación de prisionero en una cárcel infernal.
Otros sostienen que la reconstrucción de Venezuela es una cuestión relativamente sencilla, que tiene que ver con la aplicación de políticas públicas apropiadas, una acertada conducción gerencial, medidas coherentes para revivir la economía, y mucho más tecnocracia que política a fin de que el país de verdad entre en la modernidad del siglo XXI, en un tiempo más o menos rápido y con un costo político-social más o menos bajo. No sé si mucha gente piensa así, pero tan candoroso optimismo lo que pone en evidencia es una ignorancia crasa y supina de las condiciones catastróficas del país. Acaso una incapacidad de comprensión, rayana en lo patológico, si hay buena fe; o en lo abiertamente criminal, si hay mala fe.
En lo personal, desde luego, no me coloco en ninguno de esos extremos, y más bien los denuncio. Ambos hacen mucho daño. El primero porque solo trae desesperanza y el segundo porque se basa en una ilusión vaporosa, sin conexión con lo real. Vale decir, sí creo que es posible la reconstrucción de Venezuela, pero así mismo creo que sería una tarea titánica, erizada de dificultades, marcada por el riesgo de nuevos abismos a cada paso de la cuesta. Entre otras razones, porque reconstruir a la patria, implica hacerlo desde sus cimientos. Los cimientos de la República, del Estado, de la democracia, de la economía, de la diversidad social, de la cultura política, de los servicios, de la convivencia cívica, y desde la confianza elemental en que Venezuela puede transformarse en una nación que le ofrezca una vida humana y digna a su población.